Son 19 celdas en el corredor, contando la mía. Todas las mañanas me despierto temprano para ver la luz del amanecer, es una de las pocas alegrías que me van quedando. A través de la ventana con barrotes, en lo alto de la pared, se cuelan hojas secas que no resisten más el unísono con el árbol que las vio crecer. En algunos momentos me dan ganas de intercambiar lugar con la hoja, dejar que ella tome mi lugar y yo emprender el viaje en el aire, sentir mi cuerpo curvo, deslizándose entre esos barrotes que me alejan de la realidad.Por lo general los días transcurren lentos, y bastante similares entre ellos, al punto de olvidar en qué momento de la existencia me encuentro. Ahora se que son las 5 de la tarde, porque mi celda se llena de color, de una mezcla entre amarillos, rojos y naranjas. Los barrotes comienzan a dar sombra, y siempre antes de que note el comienzo de todo, me hayo inmerso en un festín de sensaciones.
Es mi secreto, creo que nadie disfruta este momento tanto como yo. Me parece que en todas las celdas de la corrida derecha les llega la misma luz, pero desconozco si mis compañeros son testigos de tan asombroso festín. Para la ocasión me gusta desnudarme por completo, ver como la luz y los colores se toman mi cuerpo, los pliegues de mi piel, los vellos de mis piernas, de mi pecho, y las sombras que me invaden y me hacen partícipe del juego.
Y cierro mis ojos, comienzo a imaginar. En estos momentos es todo lo que tengo, y a las 5 de la tarde se convierte en mi mejor amiga. Me permite arrancarme a las celdas de al lado. A mi derecha, está la celda del Gato, que siempre se acompaña por su compañero de vida, el Veni. He aprendido a vivir con su estilo de vida, y me he logrado dar cuenta de que en el fondo, es un buen hombre, sólo con muy malas decisiones en su vida.
A las 5 de la tarde mi mente es testigo de la intimidad que se genera entre el Gato y el Veni, gracias a la hipnosis de los colores que se toman nuestras celdas. Se convierten en animales, y comienzan una lucha eterna que explota constantemente en quejidos, suspiros, y algunas palabras fuera de realidad. La luz los convierte en autómatas del deseo, de la carne. Yo me pego a la pared, porque a pesar de las mariconadas que hacen sin limites en la celda, me transmiten pasión, hambre de cuerpo, y a fin de cuentas, vida.
Paralelamente en la celda izquierda, esta el Mono, uno de los reclusos más antiguos del penal. Con sus 89 años, es un milagro que aun este entre nosotros. Estoy bastante convencido de que le gusta este lugar, porque le permite escapar de la soledad, aunque pase más de la mitad del día encerrado como ostra. O tal vez es cobarde, y simplemente no se quiere enfrentar a la muerte, y a sus demonios. Todo esto se desvanece a las 5 de la tarde, porque el Mono rejuvenece, toda esa luz y esos colores lo convierten en un púber, en una persona capaz de construir toda una vida de nuevo. Y me turno para pegarme a su pared, para seguir llenándome de vida, mientras en mi propio lugar los amarillos inundan mi cuerpo, los naranjas cicatrizan mis heridas y los rojos abren otras nuevas.
Desconozco lo que ocurre más allá. Tocan mi puerta, y abro los ojos. El gendarme se vuelve a reír de mí como lo hace todos los días después del espectáculo. Me dice “Peter, vo’ nunca vai a cambiar…” y me da la señal para ponerme mis ropajes y bajar a comer. Me entristece un poco volver a todo, en pleno viaje a la oscuridad total.
Hoy afuera pasó el Gato, y me saludó. Andaba enojado. Atrás pasó el Veni con la mirada pegada en el suelo, y con tristeza en su rostro. No importa Veni… – le dije - mañana será otro día, una nueva tarde, y un nuevo atardecer, y las cosas serán mejor… yo lo sé, créeme.

