La primera impresión que me dio fue un festival de adoración por el negro y el plateado. Las chaquetas de cuero, las cadenas como adornos, las cruces, las botas, el pelo largo, el olor a tabaco y la música constante de Motorhead con Pantera me hizo entrar en un submundo único, que desconocía hasta el momento. Magrieta siempre fue una seguidora de las leyes oscuras del rock pesado, y yo hasta el momento había acumulado la curiosidad suficiente para acompañarla a una de sus salidas.Nos sentamos en la barra cerca del escenario, en donde la banda tributo desgarraba su garganta y sus sentidos, dignos de un sacrificio humano, guiados por un amor platónico y un placer sin precedentes. Prendimos un cigarro y nos dedicamos a ver por un rato el espectáculo. Y mientras Magrieta no despegaba mirada de la banda, yo recorría el lugar en busca de satisfacer mi voyeurismo por lo nunca antes visto. Para mi goce fue ver una anciana vestida solo con cueros, unos pantalones apegados a la piel, y unos brazos llenos de tatuajes, meneando su melena plateada al compás de la guitarra eléctrica. También era parte del lugar un travesti, con plataforma, que le otorgaban unos elegantes 2 metros de altura, con el rostro pintado al estilo de Kiss.
Entre la nube de humo q inundaba el lugar, unos ojos se posaron intensamente en nosotros. Un hombre caucásico de unos 45 años aprox. se acercó y con un fuerte apretón de manos me saludó. Resultó ser un viejo amigo de Magrieta que no veía hace siglos. Los vi conversar con placer, y luego lo volví a ver desaparecer entre el bloque de gente. Era un ex militar que había participado en los conflictos bélicos de Bosnia y Serbia, y que había regresado al país hace meses atrás, a vivir con su padre. Magrieta me comentó que Kirk estaba sumido en la depresión, y que su vía de escape eran estas instancias. La muerte y el sufrimiento que tanto presenció y fue cómplice le terminaron por pasar la cuenta, y ahora se dedicaba a una vida lenta, donde su principal objetivo era ver pasar el tiempo frente a sus ojos.
No pude dejar de sentir fascinación por Kirk, su imagen de hombre robusto, de piel blanquecina y ojos azules, una cabeza calva y brazos llenos de símbolos y escrituras a tinta negra. Me acerque a él y le pregunte que tal estaba, cómo encontraba el show. Recibí una mirada agresiva y un “no es un show, esto es arte compadre”. La indiferencia de Kirk me incitaba a saber más de él, y con el pasar de mis preguntas insidiosas, la agresión fue acrecentando. Kirk estaba descontrolado, comenzando a dar manotazos al aire, y sus ojos se tornaron cristalinos.
Cuando Magrieta quiso detener la situación, ya fue demasiado tarde. Kirk comenzó a repartir golpes gratuitamente a la gente que estaba circundante a él, su cuerpo temblaba sin control alguno, y la mirada horrorizante de la gente solo potenciaba el frenesí. Yo sabía lo que pasaba, y me sentí responsable por abrir una puerta que no se abre fácilmente. Decidí acercarme a Kirk y hacer el intento de calmarlo. Recibí empujones y un golpe en la cara, pero sin desviarme de mi objetivo de acercarme a Kirk. “Lo sé Kirk… lo sé” le dije mirándolo a los ojos, y tomándolo fuertemente de los brazos por mis manos. “Tu no sabes nada de esta puta vida!!! de esta mariconada que nos tiene el destino, y que juega con nosotros como se le de la gana!!!”, y se aferro con violencia de un abrazo a mí.
En ese momento pude conocer al otro Kirk, lleno de miedos e inseguridades, de fantasmas que no le dan tregua, que lo hacen sentir pendiendo de un hilo, y con el temor permanente de la locura y la muerte. El gran hombre que me aprisionaba era ahora un niño rebelde, que se negaba a ver las cosas que ya estaban encima, que ya eran una realidad. La música había parado, la gente formaba un círculo amplio alrededor nuestro, lleno de miradas mezcladas entre confusión y ternura. Muchos conocían a Kirk, pero nadie lograba entender lo que estaba pasando. Yo lo supe aquella mañana, cuando Magrieta compró una corona de flores, rosas rojas y blancas, y las mandó a la dirección de Kirk. Antes de partir a entregar el encargo, me entrometí y leí la carta.
“La vida siempre nos sorprenderá Kirk, para bien o para mal, pero hay cosas de las cuales no podremos nunca negar. Siéntelo como un nuevo comienzo, sólo tienes que dejar las cosas ir, pero comprende que las cosas que amamos nunca se van, generan un marca que nadie te puede quitar, nadie, y que tu debes aprender a guardar como un tesoro, que siempre estará contigo”. Kirk me miró, y de sus ojos ya no caían lagrimas de agresión o culpa… ahora eran de despedida, su padre había muerto.
