
TARDE
En realidad siempre me atrajo la idea de su forma de ser, se veía amable, inteligente, sensible pero firme. De esas personas que simplemente son, que imaginan, que viajan, que vuelan, donde pareciera que siempre tienen infiltrado un rayo de luz de sol en los ojos cada vez que sonríen.
Me sentía extraño cuando me tocaba caminar por la calle y esperar aquel momento, todos los días, a la misma hora, para ver, cada vez más de cerca, su mirada perdida en lo impredecible que trae cada día. Lo que me aproblemaba ese día realmente era el secreto que traía en los ojos, esos rayos que no brillaban como de costumbre.
Le dejé pasar unos pasos pero no me contuve, y le pregunte ¿qué pasa?, frente a lo cual su cara de extrañeza fue obvia. ¿Quién eres? Me respondió, entre curiosidad y culpa por la posibilidad de haber olvidado mi rostro.
“Nada, es solo que veo una pena en tu mirada, y… no sé, en realidad no lo sé, solo sentí”. Bueno – me dijo – sentir es bueno. Ambos nos reímos de manera liviana y como si la voluntad hubiera arrancado de nuestros cuerpos, nuestras miradas estaban decididas a coludirse.
Se apoyó en el muro que acompañaba un costado de la calle, y me comenzó a hablar, de su vida, de sus sensaciones, de sus ideas e imaginaciones. Es extraño no entender nada y a la vez entenderlo todo, sentir que se siente todo y que a la vez el cuerpo se te duerme.
“Tu vida siempre puede ser distinta si tu lo quieres” le dije, y en su siguiente mirada creí haber visto las señales de la comprensión y el encantamiento. Se me hacían cada vez más fuertes las ganas de saber realmente que le pasaba, de sacarle el alma y acariciarla y decirle que todo estaría bien. Pero no, realmente el enigma era parte del encanto de ese momento, así que porque arruinarlo.
De un momento a otro las cosas se tornaron irreales, la noche cayó de golpe y las luces se convirtieron en los principales cómplices del baile estático y envolvente en que nos encontrábamos ambos. Los colores se desgastaron, y los aromas se hicieron más intensos.
“Te diste cuenta que terminamos sentados en el pasto, en esta plaza fea y helada, apoyados en un barril todo oxidado y hediondo, pero que sin embargo no le quita magia a la noche” me dijo al oído, de una manera suave, casi imperceptible, tal como si hubiese escuchado su pensamiento tímido con ganas de salir y manifestarse. Sí – le respondí - es increíble.
“¿Si pudieras deshacerme y traerme de nuevo a la vida en palabras sobre un papel, que escribirías de mi?”. Serías una hoja que acaba de caer de lo alto del árbol, que mientras desciendes, el aire disfruta de tu compañía, y se complace de verte bailar. A medida que vas llegando al suelo, el aire se despide de ti, y el verde te recibe de manera sorprendida. En la medida que el verde entiende tu compañía, más se da cuenta de lo incompleta que estaba su vida.
“Tú… qué dirías de mí”. Bueno, yo le diría al verde que no es el único en darse cuenta de los cambios hermosos que nos da la vida, y que como evidencia, sintiera este beso.
Me sentía extraño cuando me tocaba caminar por la calle y esperar aquel momento, todos los días, a la misma hora, para ver, cada vez más de cerca, su mirada perdida en lo impredecible que trae cada día. Lo que me aproblemaba ese día realmente era el secreto que traía en los ojos, esos rayos que no brillaban como de costumbre.
Le dejé pasar unos pasos pero no me contuve, y le pregunte ¿qué pasa?, frente a lo cual su cara de extrañeza fue obvia. ¿Quién eres? Me respondió, entre curiosidad y culpa por la posibilidad de haber olvidado mi rostro.
“Nada, es solo que veo una pena en tu mirada, y… no sé, en realidad no lo sé, solo sentí”. Bueno – me dijo – sentir es bueno. Ambos nos reímos de manera liviana y como si la voluntad hubiera arrancado de nuestros cuerpos, nuestras miradas estaban decididas a coludirse.
Se apoyó en el muro que acompañaba un costado de la calle, y me comenzó a hablar, de su vida, de sus sensaciones, de sus ideas e imaginaciones. Es extraño no entender nada y a la vez entenderlo todo, sentir que se siente todo y que a la vez el cuerpo se te duerme.
“Tu vida siempre puede ser distinta si tu lo quieres” le dije, y en su siguiente mirada creí haber visto las señales de la comprensión y el encantamiento. Se me hacían cada vez más fuertes las ganas de saber realmente que le pasaba, de sacarle el alma y acariciarla y decirle que todo estaría bien. Pero no, realmente el enigma era parte del encanto de ese momento, así que porque arruinarlo.
De un momento a otro las cosas se tornaron irreales, la noche cayó de golpe y las luces se convirtieron en los principales cómplices del baile estático y envolvente en que nos encontrábamos ambos. Los colores se desgastaron, y los aromas se hicieron más intensos.
“Te diste cuenta que terminamos sentados en el pasto, en esta plaza fea y helada, apoyados en un barril todo oxidado y hediondo, pero que sin embargo no le quita magia a la noche” me dijo al oído, de una manera suave, casi imperceptible, tal como si hubiese escuchado su pensamiento tímido con ganas de salir y manifestarse. Sí – le respondí - es increíble.
“¿Si pudieras deshacerme y traerme de nuevo a la vida en palabras sobre un papel, que escribirías de mi?”. Serías una hoja que acaba de caer de lo alto del árbol, que mientras desciendes, el aire disfruta de tu compañía, y se complace de verte bailar. A medida que vas llegando al suelo, el aire se despide de ti, y el verde te recibe de manera sorprendida. En la medida que el verde entiende tu compañía, más se da cuenta de lo incompleta que estaba su vida.
“Tú… qué dirías de mí”. Bueno, yo le diría al verde que no es el único en darse cuenta de los cambios hermosos que nos da la vida, y que como evidencia, sintiera este beso.

1 comentario:
Ternura y delicadeza en tus palabras. Como arrancarle la melodía a una caracola.
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